Una guirnalda de luces parpadea tenuemente bajo los rayos del sol poniente. En la plataforma de madera se colocan sillas y mesas con manteles blancos. Tres jóvenes cuelgan una guirnalda de banderines festivos sobre la terraza a orillas del río. Los demás reparten cajas con bebidas y platos envueltos en film transparente. En la terraza reina el bullicio de los preparativos festivos. A la entrada, los músicos y las novias son recibidos por una pizarra blanca con garabatos:
Reunión de amigos 2024
desde las 16:00
¡Bienvenidos!
—Esperen, ¿llegaron una hora tarde? —pregunta sorprendida una de las novias a los músicos.
—Tiempo paraguayo —responde encogiéndose de hombros el mayor.
Los chicos se ríen y suben a la plataforma, sacan sus instrumentos y empiezan a afinarlos sin prisa. Las novias se sientan cansadas en una de las mesas. De repente, se sienten agotadas y como si la celebración les hubiera sido robada. Todo el día habían estado corriendo hacia donde su fiesta tendría lugar, pero por azares del destino se encontraron en un lugar donde sus vestidos blancos parecían ya bastante arrugados y sucios en comparación con los manteles inmaculados de la fiesta ajena. Tratando de mantenerse alejadas de las mesas con manteles blancos ondeantes, las chicas se sientan en los escalones de la terraza, de cara al río y al atardecer. Las hojas de las palmeras susurran, creando sombras caprichosas bajo la luz de la guirnalda festiva.
—¿Qué vamos a hacer? ¿Quizás sea hora de volver a casa?
—Miren, qué atardecer. Vamos a disfrutarlo.
—¡Vamos allá!
—¿Qué hay ahí?
—No lo sé, ¡vamos a verlo!
—¿Y si se hace de noche?
Sus miradas se dirigen a una caja con fuegos artificiales. La más atrevida, con aire conspirativo, saca unas cuantas bengalas y fuentes de la caja. Dudando un poco, las chicas se toman de las manos y corren hacia la arena en dirección al atardecer.
